domingo, 19 de junio de 2016

Herida de bala.

Fui vendándome los ojos y cogía cada día una pistola, sabiendo que acertaría, sabiendo,
 que cada bala que disparara daría en el blanco. 

Pero nunca me atreví a disparar.

Después de tantos temblores en la muñecas,
 de empapar de lagrimas cobardes la venda
                             decidí disparar.

Ese día, decidí dejar de lado lo más maligno,
 matarlo de un solo disparo,
Y sin darme cuenta,
 disparé; 
sin saber, que la bala rebotó y me di a mí.
 Y ya con el corazón por el suelo, me di cuenta, 
de que yo misma,
 era mi propio mal.


Era hora de cambiar.

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