martes, 7 de junio de 2016

Riazor.

Estoy en la ventana de la que tanto habla
un cierto poeta.
Captando cada sensación que produce la brisa coruñesa
con su aire primaveral.
Me lo imagino a él, al poeta
viendo cada noche, lo que se asoma
y escuchando ese silencio profundo y cálido
que te da esta ciudad.

No está. Ni Él. Ni yo.
Quizás yo sí, pero el viento del Norte
se ha llevado toda mi concentración del móvil
y ha hecho que la inspiración fluya
y mis letras bailen un vals con el lápiz y el papel.
Hablándole a él.
Yo no buscaba un co-protagonista en mi historia,
tampoco buscaba una sonrisa donde agarrarme en el precipicio
de mi vida.
Pero octubre hizo de las suyas y a mi miedo ahuyentó,
e hizo que me volviera a dejar caer
en las maniobras del amor.
Por él.
Por sus medias noches en vela
y sus domingos, que los convirtió en nuestros
junto los lunes, mágicos con su esencia.
Y sin comerlo ni beberlo, hizo del invierno
un otoño eterno, y convirtió
la primavera, en un verano cálido
                                  y
                                     sincero.

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