Me bañaría en un mar de lágrimas sabiendo que son de emoción,
viviría en los gritos que se escuchan entre las paredes de mi bloque de edificios
y que no sabes, ni de donde provienen.
Las miradas dejan de tener peso cuando la boca se abre demasiado
y lo único que suelta son babosas llenas de espuma negra.
Un poeta, dentro de su infierno, tiene hasta el más mínimo mal que te puedas imaginar,
un corazón sombrío, oscuro y que nunca jamás verá la luz.
Yo, suplico besarle, para entender cuán dolor hay en su interior. Me comería cada uno de sus miedos, y los escupiría al suelo con repugnancia, para demostrarle, que solo son eso: miedos.
Y que los miedos, son simplemente un arma de defensa para tener siempre el culo limpio, y le sigo contando que qué es esta vida sin mancharnos.
Besarnos a pesar de las miradas con forma de cuchillos, sonreírnos haciendo faroles que deslumbren en una madrugada en el campo y que piensen que son ovnis, que en la oscuridad no puede haber tanta luz.
Y se equivocan.
He entrado en uno de los mundos más oscuros que os podáis imaginar, y allí dentro había una luz que en mi puta vida había visto tan blanca y pura; no vengo de heroína -de la droga tampoco, déjame aclararte.- que yo, sigo teniendo miedo después de ver lo que la oscuridad puede hacer, y aún así, lucho con todo mi ser, solo por ver, como mis labios arden de pasión al besar el cerebro de un poeta, que tiene su propio infierno.
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