El viento juega al pilla pilla con mi pelo y este escapa dejando su aroma en el camino.
El olor a mar se pega a mi piel, susurrándome que mi hogar no está tan lejos, que él hace un poco estuvo allí y me trae los recuerdos de mi tierra en forma de olas y brisa marina.
Yo le sonrío, lo miro con delicadeza y cierro los ojos, dejando que sus recuerdos entren en mi mente y me siento como en casa.
Veo el amanecer cada mañana, como si fuera un amor prohibido con deseo y devoción. Lo miro, como al amor que dejé en una estación un día de otoño entre lágrimas y algún otro suspiro de tristeza.
Cuando duermo, no sueño.
Cuando veo, recuerdo.
Sentada en una roca rozando con mis pies el mar, impregnándose, en mí, la salitre y los recuerdos. Miro al cielo y pienso: El hogar está en los sentimientos que llevamos dentro, los recuerdos de un lugar o de alguien que añoramos, que buscamos
en cada rincón
del nuevo destino
en el que nos hayamos
dejado caer.
(Concarneau.)
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